martes, 12 de octubre de 2010

Lamentos por el Isiboro Sécure

Por Winston Estremadoiro

Me angustió una Mojeña Trinitaria, no oriunda de la capital del Beni, sino de una de las treinta y tantas naciones indígenas que reconoce la Constitución vigente. Una de tres –las otras son la Yuracaré y la Chimán- que moran en el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS).
En una entrevista televisiva la dama era portavoz de manifestantes en la plaza principal de Cochabamba, protestando en contra de la construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos, que divide en dos el territorio protegido del TIPNIS.

El Isiboro-Sécure es parte importante del cinturón prodigioso de naturaleza que abarca desde el Parque Manú en el Perú –donde en vez de cocaleros entran centenas de deslumbrados turistas- hasta el Parque Amboró en Santa Cruz –ejemplo de que la conservación y el turismo no están reñidos, sino que se complementan cuando son los nativos los que los manejan y protegen. Entre esos dos extremos están el Parque Madidi, y los Parques Isiboro-Sécure y Carrasco. Aunque no pongo mis manos al fuego de que el primero sea inmune, los dos últimos sufren un mal común: el asedio de cocaleros en la región conocida como Chapare, que abarca territorios de tres provincias cochabambinas: Chapare, Tiraque y Carrasco.
¡Qué puede importar la preservación de la selva a gente de minifundios altiplánicos o de yermos mineros! Se empieza a ganar dinero vendiendo a tronqueros sin control centenarios árboles de maderas preciosas –urupí, ochoó, piraquina, tajibo, mara, verdolago–. Después de quemas asesinas viene el cultivo de la coca, aún más lucrativo si se convierte en cocaína. No inquietan el sueño especies amenazadas como la nutria gigante, el mono araña, el ocelote, el jaguar, el peji o armadillo gigante, el tapir, los pecaríes labiado y de collar, el ciervo de los pantanos. Qué cuernos importa si desaparecen vulnerables jucumaris, lobitos de río, londras, marimonos, osos bandera, manechis, tapires, chanchos de tropa, delfines de río, lagartos, caimanes negros, tortugas terrestres, iguanas, serpientes pucarara, yoperojobobo y coral.
Triste sino el de los Mojeños. Herederos de la cultura que en siglos pretéritos domara con su civilización hidráulica el ciclo maldito de inundación y sequía en los llanos benianos, primero fueron asentados en poblaciones jesuíticas de laboriosos hábitos e imponentes iglesias, creando prácticas culturales mestizas, como la danza de los Macheteros, y dando rienda suelta al talento musical que hoy se luce en el exterior con orquestas y coros del barroco, también mestizo. Después de las utopías misionales y la expulsión de los Jesuitas, fueron presa de los ganaderos que iniciaron la cultura bovina en el Beni. Desterrados de sus tierras ancestrales, grupos de ellos se dieron a peregrinar en busca de la Loma Santa, la tierra sin mal, mito que se repite en inermes grupos amerindios que han sido sometidos a atropellos sin nombre.
Ahora se encuentran como prensados en un cascanueces, aprisionados entre ganaderos y cocaleros. Han corcoveado: hace un año se enfrentaron a cocaleros invasores del parque, con el resultado de un muerto y tres heridos. El Ministro de Gobierno de entonces parloteó que no puede haber cultivos de coca en parques nacionales, amenazó erradicar cultivos ilegales y desalojar a los invasores del TIPNIS. Puro papo. Recientemente se asentaron más de 130 familias cocaleras procedentes de Caranavi, según la denuncia del presidente de la subcentral indígena del TIPNIS.
La madre del cordero es la carretera más cara del país: 306 km por más de $400 millones de dólares, de Villa Tunari a San Ignacio de Moxos. Fue contratada con licitación sospechosa de ser cocinada para un solo proponente, sin estudio de impacto ambiental y sin previsiones para salvaguardar el TIPNIS, al que atraviesa como lanzazo que penetra abajito del esternón y sale perforando un pulmón.
Aparte de destruir un patrimonio natural del país, la carretera y los asentamientos ilegales de cocaleros atropellan sitios sagrados, reclamaba la representante indígena.
Recordé lo que les pasó a los indios Sioux en el noroeste estadounidense. Las montañas de Paha Sapa (Black Hills en inglés), consideradas como lugar sagrado para ellos, fueron postrer despojo de colonos blancos en proceso de robar las tierras indígenas. Cámbiense colonos blancos por cocaleros, Paha Sapa por Isiboro-Sécure y Sioux por Trinitarios y se repite una triste historia.
¿No gobierna en Bolivia el paladín de la defensa de la Madre Tierra, que acaba de enviar cartas a los indígenas del mundo clamando por “Planeta Tierra o muerte”?, dirá algún gringo engrupido por la retórica del Presidente, quien también oficia de mandamás de la federación de cocaleros del Chapare, tal vez con mayor celo.
¿Acaso la posibilidad de consulta respecto a políticas estatales que les afecten, incluida la explotación de recursos naturales en su territorio, no es uno de los derechos de mayor importancia que la Constitución otorga a los pueblos indígenas originarios?, argüirá un cacique mayor.
¿No está inserta la subsidiariedad en una chanfaina de atributos de la organización del Estado autonómico en la actual Constitución, y definida en los principios que rigen las entidades territoriales autónomas en la Ley Marco de Autonomías?, ponderará algún asesor español.
¿Es que la noción del “vivir bien”, modelito “pachamamista” que ahora se quiere exportar, no vale para los indígenas de las tierras bajas de Bolivia?, reclamará un encandilado escandinavo.

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